domingo, 30 de marzo de 2008

RAICES. Escribe Tomás Penacino.




HAY UNA MISMA BANDERA...


“He aquí un país de rostro iluminado que lleva en su cola desolación, hambre, sequía. He aquí un país que vuelve la cabeza de sus lacras como cierto médico que escondía de los doctores a sus hijas febriles a fin de que no las supieran apestadas(...) He aquí un país que no resuelve sus abscesos, que los deja consumirse por dentro de malestar y mordedura”.
El rostro de país que pintó Eduardo Mallea hace casi cincuenta años, es el mismo que asoma hoy. El rostro de hombres y mujeres que han sido trágicamente capaces, por estas horas, de sembrar penurias cuando solo debería haber paz, fruto de la justicia en una tierra bendecida.
Débil carne en la que sea enquistado la insensatez. Cada contrincante pretende dominar el centro del ring, corazón de una patria mal herida, con sus adeptos en los rincones levantando sus puños. Rodeando el patético cuadrilátero, millones de espectadores mudos de espanto ante tanto desquicio.

En este rincón…
de espaldas al río marrón, un gobierno infectado de poder por el poder mismo; un gobierno que intenta disimular su tozudez pretendiendo dar la imagen de estar del lado de los más débiles; un gobierno que evidencia no haber pensado una política clara para el campo en todos estos años; que adopta una cómoda posición de centralismo para gobernar; que se sienta a recaudar en la boca de salida de las divisas sin distinguir el grande del chico para repartir luego, conforme a su voluntad e intereses; un gobierno que no quiere ver ni pone en discusión temas vitales como la extranjerizaciٕón de la tierra, del agua potable y de los recursos minerales; un gobierno que, según dicen expertos en el asunto, con la misma plata que pretende invertir en un tren bala para ahorrar un poco de tiempo a los que viajen a Rosario y Córdoba, podría revitalizar la red troncal ferroviaria nacional, ayudando así a resucitar a miles de pueblos fantasmas diseminados a lo largo y a lo ancho del país.

Y en este rincón…
El Campo. Necedad sería no reconocer que el país interior vive del campo (y también muere). “Tierra adentro” mezclados van, por un lado esa estirpe porfiada y en retroceso: el pequeño chacarero. El que no alquiló su campo y se echó a dormir la siesta; el que aguantó la inundación con el agua al cuello pero no se fue; el que sigue arreglando con alambre su tractorcito y sigue insistiendo con sus vaquitas y su poco de trigo y de maíz; el que por más que le metan la mano en el bolsillo de la bombacha otra vez y sin aviso, seguirá tozudamente arando y sembrando y ordeñando la vaca que cada vez da menos leche; el que, aunque ya no viva en la chacra, volverá a ella cada día por que allí queda el aura de lo que su familia tan campesina como él, le enseñó: Amar a la tierra generosa y a ese prójimo al que es capaz de servir con la “gauchada” tan nuestra. A su lado, los eternos señores de la tierra revestidos, en no pocos casos, de la insolidaridad e indiferencia hacia el resto de la sociedad que ha caracterizado a muchísimos de sus actores desde que los campos quedaron libres del “peligro del indio”.

Un par de muestras bien claras de lo que escribo he tenido en estos días. Por un lado el testimonio de una mujer que me confesó que su corazón sangraba. Ella veía a las esposas de los que fomentaban el paro, arrasar con todo lo que encontraban en el supermercado. Se ponían así a resguardo del desabastecimiento que sus maridos alentaban, postergando al jubilado o la mujer con sus cinco chicos que apenas si podían ir por una botella de leche o unas pocas papas cada día.

El otro testimonio me lo dio sin pedírselo don José Contreras. Achacoso como está, lo llevé en mi auto hasta su ranchito al final de la avenida. En el trayecto me contó que trabajó treinta y seis años en la estancia “San Juan” de Dugan, pero, “…don Bernardo, el patrón viejo se murió, me estropié y me quedé en la calle…”. Ahora sobrevive con una pensión miserable.

Por años, el “Campo Argentino” en la persona de muchos insensibles propietarios y en especial de los que ningún sacrificio les costó esa tierra recibida en herencia, han explotado, embrutecido y abandonado a su suerte a generaciones de argentinos que contribuyeron con su esfuerzo a mantener su patrimonio y ahora están obligados viven de la caridad o enterrados en los asilos. Una historia que sigue hoy con contratos temporarios y en negro que empleando de ese modo, buena parte de la ya escasa mano de obra rural.

Aprieto los ojos para hacer mía la bronca del gallego Sánchez allá en mi pueblo de Bunge, pidiendo al cielo una pedrada que acabara con la soja de su patrón. Veinte años de diario y duro ordeñe concluidos de la noche a la mañana por que el campo sería, en adelante, sólo para agricultura, empujándolo a él al pueblo con su familia para vivir de changas.

Pelea de ciegos antes nuestros ojos, de quienes seguramente no recuerdan aquella sentencia del gaucho Martín Fierro que dice que si entre hermanos pelean, los devoran los de afuera. Es lo que está pasando y “Campo y Gobierno” con sus guardias armadas, no están “viendo” lo que la mayoría creo que ve pero no encuentra como expresarlo.

Que de ambos rincones alguien “tire la toalla” y pare este combate de ciegos que nos destruye a todos y nos empacha de lo único que podemos empacharnos en estos días de inaudita escasez: de tristeza. Que la racionalidad se siente a la mesa con quienes han sido elegidos para decidir, de uno y otro lado.

Concluyo con aquellos versos del inolvidable Víctor Jara en “Plegaria a un labrador”: “Levántate y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre. Hoy es el tiempo que puede ser mañana”. Hoy es el tiempo de abrir los ojos. Mañana…tal vez sea tarde.


Raíces agradece a Tomás Penacino el aporte a la columna semanal Raíces con su artículo PELEA DE CIEGOS y espera, al igual que su autor, que estas letras pierdan actualidad y sean pasado, mañana mismo, eso significaría que hemos crecido y madurado, tanto gobierno como pueblo...

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